![]() TEXTO PUBLICADO EN CATALÁN POR VILAWEB. RESPONSABLE DE LA TRADUCCIÓN: ANNA MIÑARRO Anna Miñarro: ‘La gente se siente engañada’Entrevista a la psicóloga clínica y psicoanalista sobre los efectos mentales del confinamiento — Los seres humanos somos rutinarios y, en todo caso, para aquello que no estamos programados es para el confinamiento en la medida que es obligado a causa de una situación de emergencia. Aquí haría falta separar casos diferentes, porque hay muchas casuísticas. Por ejemplo, hay unidades familiares que pueden confinarse sin mucha angustia y que tienen luz, agua, comida y necesidades básicas cubiertas. Pero también hay quien tiene que confinarse en espacios con problemas de convivencia, incluso con situaciones de maltrato. El abanico es muy amplio. Pero sí que podemos decir en general que esta situación de emergencia nos coloca en un escenario de angustia, porque tenemos que hacer un duelo con el estilo de vida anterior. Y aquí, nuevamente, el abanico es muy amplio, porque hay muchas angustias e incertidumbres que se sobreponen. — Incertidumbre sobre cuánto durará, gente que ha perdido el trabajo, la gente que no puede trabajar porque en casa no tiene las condiciones ni las herramientas, etc. El teletrabajo, para según quien, no es tan sencillo. En definitiva, yo diría que la situación que vivimos genera cuatro sentimientos que, psicológicamente, habrá que trabajar mucho: angustia, miedo, incertidumbre y falta de confianza. — Sí, falta de confianza porque no nos han dicho toda la verdad, incluso nos han mentido y, por lo tanto, la gente se siente engañada. Hay falta de confianza, sí, cosa que nos lleva a la dispersión. — Bueno, ¿no decían que no pasaría como China e Italia? Mire como estamos. ¿Que no decían que era una gripe leve? La gente ha perdido la confianza en los gobernantes y esto es un sentimiento que debemos tener en cuenta en el análisis psicológico de la situación. Póngase en la piel de los sanitarios. El miedo, la incertidumbre, la angustia y la falta de confianza de los ciudadanos se multiplican por cuarenta cuando eres un profesional sanitario. Es cierto que médicos y enfermeros están relativamente acostumbrados a ver morir pacientes, pero no de este modo. Por lo tanto, su nivel de angustia, de sufrimiento y de estrés es todavía mucho más elevado. Piense que no pueden olvidarse de los pacientes que no sufren coronavirus y que continúan existiendo y sufriendo situaciones muy graves. Continúa habiendo infartos y más dolencias… Habiendo visto como iba en China e Italia ¿no se habría podido preparar mejor a los sanitarios y los hospitales en lugar de decir que aquí no nos pasaría? Y cuando hay expertos que dicen ‘cuidado, que esto se colapsará y será grave’, los gobernantes españoles se niegan a confinar territorios y dicen que saldremos de esta. Es como si aquello que todo el mundo ve, que la situación es de emergencia extrema, los gobernantes españoles todavía no lo vieran. Todo esto genera falta de confianza. Además, piense que los sanitarios se encuentran en situaciones extremas, especialmente a raíz de la carencia de materiales indispensables, de las cuales no los avisó nadie. — Como que no hay bastante material, están obligados a tomar decisiones muy complicadas médica y psicológicamente. Cuando tienes más pacientes que respiradores, ¿a quién le pones respirador y a quién no? Esto ya pasa y el colapso continúa aumentando. Pedimos a los médicos que elijan a qué paciente merece la pena salvar la vida. Poca broma. Y esto es muy angustioso. Por lo tanto, todos los hospitales privados tienen que estar a su servicio. Hay que compartir respiradores de todos los centros para atender pacientes, hay que hacer hospitales de campaña, etc. Yo no he oído mencionar a Médicos Sin Fronteras, por ejemplo, que son los grandes expertos en hospitales de campaña y quizás alguien tendría que pedirles ayuda. — Sí, porque en la situación actual una de las ideas importantes es el miedo al futuro. La incertidumbre no es solo si te infectarás o no y si te morirás por la enfermedad o no. La incertidumbre es también que, en el supuesto que no te mueras, no sepas qué futuro te espera. Y esto tampoco nos lo han explicado, todavía, las autoridades. Y, por lo tanto, da miedo. Proclamas como las de Pedro Sánchez explicando medidas de ayuda a los autónomos y trabajadores que lo han perdido todo o que lo perderán todo también añaden incertidumbre porque no son ni claras ni concretas. No dicen ni cuánto ni cuándo. No dan seguridad, que es lo que tendrían que hacer. De hecho, además del miedo, de la incertidumbre, de la angustia y de la falta de confianza, en muchos casos aquello que aparece también, y es absolutamente normal, es mucha rabia. — Contra todo. Es una reacción natural legítima, pero se tiene que encauzar. Si lo analizamos, en muchos casos es rabia vinculada a la falta de confianza, rabia contra la irresponsabilidad de quienes, a pesar de haber visto la experiencia italiana y a pesar de haber recibido las indicaciones de los expertos, han hecho caso omiso y no han sido capaces de interpretar la realidad y de poner las condiciones necesarias para evitar la propagación de la enfermedad y poder atender correctamente la población. Y, en la misma línea, hablando de expertos, es terriblemente irresponsable esto que ha hecho el partido socialista, mirando de desacreditar un experto reconocido como Oriol Mitjà arguyendo que es independentista y que, por lo tanto, no tiene credibilidad. ¿Quiere decir que las máximas autoridades no ven esto como una crisis sanitaria? ¿Que quizás piensan que es una oportunidad política? Además, todo esto cuando resulta que los doctores Oriol Mitjà y Bonaventura Clotet son dos de los expertos que han dirigido ensayos clínicos contra la propagación del coronavirus, por ejemplo con los retrovirales que se utilizaban para combatir el sida. — Sí. Quienes tenemos la oportunidad de confinarnos confortablemente en casa porque sí que tenemos luz, agua y calefacción, también tenemos tiempo. Y este tiempo es importante que sea solidario. En esta situación de emergencia tenemos que ampliar la solidaridad. Por ejemplo, preguntando periódicamente a amigos, familiares y personas que pensamos que lo necesitan como se encuentran, ayudando las vecinas que viven solas, que tienen dificultades y que necesitan ayuda, etc. sé de muchos ejemplos. Es decir, nos confinan, pero abrimos elementos nuevos de solidaridad. Y aquí no podemos olvidarnos de nadie. — Sí, pero no podemos olvidarnos de quienes recogen la basura, de los panaderos, los farmacéuticos, de quienes abren los mercados. Todos cumplen una función importante dentro de la sociedad, a menudo sin reconocimiento. Muchos de estos trabajadores, además, conviven con sus respectivas familias y, por lo tanto, con la angustia del peligro y con el miedo de la transmisión a los familiares. De hecho, toda esta gente que está en la calle sufre otra angustia añadida, que es la de tener que volver a casa después de haberse expuesto al riesgo. Algunos optan por separarse de los familiares – sé de algún caso–, pero la mayoría no tiene suficientes recursos para poder hacerlo. — Efectivamente, quien se separa o vive el aislamiento en solitario tiene un elemento añadido, porque la angustia que puede desarrollar por la soledad es enorme. De hecho, hay quién tendrá que elegir entre la angustia de la soledad y la angustia de la intranquilidad, la de la culpa de poder infectar algún familiar. Incluso puede existir el sentimiento de culpa de sentirse a salvo y protegido mientras los otros no lo están. El ecosistema de angustias es realmente complejo y terrible. Es una situación muy excepcional. — Esto es muy importante y se habla todavía demasiado poco. Hay que usar un lenguaje comprensible para los niños y para los adolescentes. Y también debemos tener presente que hay muchos niños vulnerables y desprotegidos, sin recursos materiales y sin apoyo educativo. Podemos decidir que trabajamos desde casa con ordenadores, pero según qué niños no tienen ningún ordenador y su casa no es un espacio agradable, incluso puede ser un infierno. Su fragilidad, desprotección y vulnerabilidad es mucho más alta. La escuela, para muchos niños, era fundamental, no tan solo por las clases y porque les daban de comer, sino también porque muchos de ellos encontraban allí una red de apoyo en forma de maestros y salían de casa. Y ahora no pueden. — Este es un colectivo que además no tiene la misma información que el resto de la población, porque, mientras unos cuántos, a raíz del confinamiento, viven enganchados a la televisión, a esta minoría que vive en la calle nadie les ha explicado nada de todo esto. No saben bien qué pasa. Y viven una angustia añadida a las ya habituales. De hecho, este confinamiento tiene un sesgo de clase. Es un confinamiento desigual. No todo el mundo tiene las mismas condiciones de confinamiento. Pensamos en los niños vulnerables que iban a la escuela cada día, con apoyo de maestros, en la gente que se ha quedado sin trabajo, en los autónomos que no pueden trabajar y no tienen ninguna certeza concreta del gobierno. El sesgo no está solo porque algunos podrán ir a la Quirón y algunos otros no, sino porque hay una situación laboral precaria para muchos y un futuro muy incierto. Imagínese, por un segundo, estar confinado en casa y no poder dar de comer a vuestros hijos. Esto probablemente ya pasa, y ¿qué genera? Sobre todo rabia, tensión, miedo, etc. Muchas complicaciones psicológicas. Es decir, la emergencia también es social. — Sí, por Skype o por teléfono, porque la angustia crece y el acompañamiento psicológico es muy importante en momentos así. No podemos permitir que el miedo nos encarcele y por eso no he dejado de atender. El Skype es una ventana para estar vinculado con el mundo. De hecho, pienso que cada uno de nosotros tiene que ir distinguiendo cuál es su responsabilidad en una situación como esta, tan excepcional. La de los sanitarios es salvar vidas, aunque con angustia, la de los psicólogos clínicos y psicoanalistas es acompañar en situaciones difíciles, etc. Aquí todo el mundo tiene que encontrar su función, vinculada también a la ampliación de la solidaridad que comentábamos. — Las instituciones y las autoridades también tienen que cumplir su función. No se entiende que Cataluña no esté aislada si su gobierno, asesorado por los mejores expertos, lo decide, por ejemplo. No hacerlo implica vivir en una situación de amenaza permanente. Y después de la amenaza vienen la angustia, la hostilidad, etc. Y en este caso concreto también hay en juego el maltrato continuado y la humillación. A los gobernantes hay que exigirles honestidad para romper esta cadena, porque hay una sensación de engaño. Y todo esto nos lleva a que se acabe el papel de wáter, que los supermercados estén llenos con gente acumulando y a una situación de mucha fragilidad personal. La situación es muy complicada. — Aparte de ampliar la solidaridad que hemos comentado, es muy importante distribuir nuestro tiempo: aquello de ocho, ocho, ocho. Ocho horas para dormir, ocho horas trabajando de alguna manera y ocho horas para disfrutar y compartir. Y para compartir han aparecido muchas herramientas: juegos, lecturas, gimnasia; puedes viajar virtualmente e incluso entrar en el Moma de Nueva York, etc. Puede ser bueno pactar una película o una serie con un grupo de amigos para verla por la noche y al día siguiente comentarla por videoconferencia, por ejemplo. Igual con un libro, como si fuera un club de lectura, etc. Mantener el contacto con amigos y familia es muy importante. Y si puede ser con actividades, todavía mejor. También es importante limpiar y ordenar la casa. Dicen que la higiene es muy importante para frenar la propagación del virus; yo diría que la higiene personal y doméstica, además de frenar el virus, nos ayuda a vivir mejor y es necesaria. — Yo recomendaría dosificar mucho la información: el móvil, la mayor parte del día, apagado; la televisión, con un informativo al día, más que suficiente. Piense que la sobreinformación en una situación como esta nos conduce al delirio colectivo. Le diría que es más sano y más importante reservar un espacio del día, de cada día, para conectar con amigos y familiares, que no para informarse por las redes sociales o la televisión. El contacto con la gente, a pesar del confinamiento, es fundamental. Es decir, que la fragilidad, la vulnerabilidad y la rabia que inevitablemente sentimos no nos coloquen en la posición de insolidarios. Al contrario, debemos conseguir serlo más, porque es cierto que es una crisis sanitaria, pero también es una crisis social muy grande, la potencia de la cual hoy por hoy nos es imposible de imaginar. Por eso es importante que las instituciones transmitan seguridad y claridad. La actitud y los gestos son muy importantes en estos casos. — Bueno, esto no lo sabemos, pero puede haber sorpresas, sí. En todo caso, sí que sabemos que se dan diferentes situaciones. Quienes tienen que estar confinados en un ambiente de violencia intrafamiliar, en el mejor de los casos acabarán en divorcio, pero será una experiencia altamente traumática para las víctimas de la violencia, que generará nuevos traumas y una vida futura peor. En cambio, los que pueden estar confinados sin salir de casa en un ambiente no violento y pueden estar cerca del otro, es decir, quien esté confinado en compañía, recibirá mucha ayuda a la hora de eliminar una parte de la violencia que recibimos por parte de la pandemia. Y es bueno que pensemos que esto, aunque sea largo, se acabará. Entonces deberíamos haber aprendido algo para reorganizarnos y prepararnos mejor para el futuro. — Sí, otra realidad muy cruel, es la de los trabajadores de servicios no esenciales que se ven obligados a continuar saliendo de casa para ir a trabajar, cogiendo el transporte y exponiéndose al riesgo, tanto ellos como los familiares. Pienso que esta es una actitud sádica y de desprecio por parte de algunas empresas. ¿Qué pasará por la cabeza del trabajador que se infecte o infecte a alguien de su familia por haber ido a trabajar cuando no era necesario? No me lo quiero ni imaginar. Y hay otra dificultad que no hemos comentado y que deberemos trabajar psicológicamente: cuando se muere alguien por coronavirus no hay acompañamiento. Debemos pensar en la desesperación de los familiares de estos difuntos que normalmente mueren solos en el hospital sin poder recibir visitas. Es decir, los familiares no los pueden ver, no se pueden despedir y, además, quizás no se pueden ni abrazar entre ellos. Es decir, no hay acompañamiento ni real ni simbólico. La angustia generada por esta soledad puede ser enorme. De casos así ya hay y habrá muchos más. |