De hecho cuando hablamos de exilio o de desapariciones podríamos pensar, que durante años existió una nueva categoría de ciudadanos -ni muertos, ni vivos, sólo desaparecidos, en el exilio, en el mar o ...
COPLAS DE EXILIO (traducción literal)
Una noche de luna llena // traspasamos la cresta, // lentamente, sin decir nada.
Si la luna era llena // así era nuestra pena.Hoy en tierras de Francia // y mañana más lejos tal vez,
no moriré de añoranza // sino de añoranza viviré.Una esperanza deshecha, // un gran pesar infinito,
y una patria tan pequeña // que la sueño completa.Pere Quart (Joan Oliver)
Como decía Freud, “Hay cosas que deben ser repetidas muchas veces…”, y es por ello que artículos como éste deben seguir escribiéndose.
Porque ante el horror de lo que pasó y que no debe repetirse, tiene que hacerse el trabajo de elaborarlo, especialmente porque durante todos estos años la salud mental ha estado lejos de lo que cabría esperar.
De hecho cuando hablamos de exilio o de desapariciones podríamos pensar, que durante años existió una nueva categoría de ciudadanos -ni muertos, ni vivos, sólo desaparecidos, en el exilio, en el mar o … (Videla)- (aún hoy, en el estado español, tenemos 130.000 desaparecidos de la dictadura). En definitiva, es lo que realmente desean los dictadores, que desaparezca todo, tanto las personas como los ideales.
Así que, durante años, los exiliados no han existido.
Como sabemos, en este país se implantó el terror, se desarticuló, se desprestigió y se condenó al olvido todo lo que se había construido con tantas ganas y tanto esfuerzo.
Y ese maltrato grave y continuado en el tiempo y el malestar que generó sólo fueron escuchados, cuando hubo escucha, por una psiquiatría biologista y/o manicomial.
Intentaré, pues, ajustarme al título.
El exilio puede ser analizado desde diferentes puntos de vista: jurídico, social, sociopolítico, antropológico, etc. Lo enfocaré desde el punto de vista psicoanalítico con la conciencia de que son numerosos los factores ajenos que en situación de catástrofe social actúan dañando la persona del exiliado en forma aguda, profunda, al cambiar su perspectiva de vida. Otros, niños y niñas, fueron acogidos en la URSS y vivieron como exiliados, sin poder reagruparse con sus padres vivos en el Estado Español.
LAS PÉRDIDAS Y EL PROCESO DE DUELO
Las pérdidas son inherentes al ser humano, tal como lo es la vida y la muerte, es decir, que la vida está llena de incorporaciones y también de desapariciones.
Durante toda la vida, las personas nos vemos empujadas a afrontar pérdidas significativas: personas, aspectos de uno mismo, pérdidas del cuerpo, de objetos, de relaciones, de ideales, de ilusiones, y de intereses. Y todas las pérdidas significativas tienen que hacer el duelo y todos los duelos deben ser elaborados. Pero si el proceso de elaboración del duelo es ignorado, retrasado, demorado, como ha ocurrido en este país, pueden aparecer dificultades.
El duelo es un proceso, un proceso normal, dinámico y activo, y no un estado. Se trata de un proceso íntimo y privado, pero a la vez público (rituales, luto, etc.). El duelo es un proceso que tiende a la reorganización y a la elaboración, con dimensiones individuales, familiares y sociales.
Podríamos definirlo (del latín dolus = dolor, lástima, aflicción; la expresión dolernos = sabernos mal) como una respuesta emotiva a la pérdida de alguna persona o alguna cosa. No es un momento, no es una situación, no es un estado, es un proceso de reorganización, que debe tener un comienzo y un fin.
DUELO Y MELANCOLÍA
En 1917 Freud en “La aflicción y la melancolía”, define el vocablo duelo como un “pasar normal” ante reacciones anormales a la pérdida (melancolía). Afirmaba que el papel del duelo consiste en recuperar la energía emotiva investida en el objeto perdido para reinvertirla en otras cosas queridas. Destacaba como rasgos del duelo, un profundo abatimiento, falta de interés por el mundo exterior, poca capacidad de amar, o una inhibición de la actividad, entre otros.
De todos modos la intensidad del duelo no depende de la naturaleza de lo perdido, sino del significado, del valor que le atribuimos, es decir, de la inversión afectiva que hemos depositado en aquello perdido. Por lo tanto, a más vínculo, más dolor.
En el caso que hoy nos ocupa y después de setenta y dos años, a diferencia de aquellas personas situadas del lado de los vencedores y a los que sí se les ha reconocido la pérdida, tenemos que hablar en muchos casos, de una situación de duelo “congelado” (inhibido, ausente, enmascarado, evitado, reprimido, etc.). En definitiva, de una dificultad para el desarrollo afectivo, de una dificultad para la expresión de las emociones, de una inhibición.
Así, ante una situación inesperada: tener que exiliarse de manera forzosa, o la pérdida de un ser querido por fusilamiento o desaparición, aparece una inhibición inicial, una prolongación de la negación, especialmente cuando se trató de un duelo múltiple (es decir que se perdieron muchas cosas a la vez, todas valiosas, importantes y significativas). Además, en el exilio se perdieron también los puntos de apoyo de la red vital del individuo.
Sin duda los duelos del exilio, tanto el externo como el interno, afectan siempre a la identidad. Todos los duelos generan cambios en la identidad del sujeto. Y cuando se ha sufrido el horror de la guerra y el exilio obligado, la situación implica dificultades importantes.
En las circunstancias descritas, el síntoma más importante es la tristeza, especialmente en aquellos testimonios donde el silencio y la represión se cebó más, como las mujeres, de clase baja y nación oprimida (M. M. Marçal). Es en ellas donde, a través de la investigación realizada hemos encontrado mucho llanto y mucha culpa. Sentimientos de culpa que se agravaron paulatinamente por diversas circunstancias, tales como insinuaciones y críticas en el entorno, la confirmación de que no se puede volver al país de origen, y otras las dificultades del propio exilio.
Sin embargo, los exilios fueron diversos. Algunos pasaron la frontera a pie, otros llegaron al exilio después de haber estado prisioneros. Otros, que habían sido condenados a penas de prisión, ésta les fue conmutada por la pena de destierro.
Así la experiencia de expulsión o destierro también desencadenó diversos sentimientos que impregnaron sus vivencias y sus comportamientos en el país de exilio. Estos sentimientos aparecieron más tarde como malestares severos que incluían reacciones y alteraciones.
Al llegar al país de exilio, se añadieron experiencias diversas que llenaron el exilio de un significado negativo y obligado.
El exilio no representó sólo una pérdida de lo vivido, sino que progresivamente significó una pérdida de lo que uno era, es decir, de la propia individualidad.
Desde el nacimiento el ser humano va adquiriendo sus conocimientos, sus valores, una forma habitual de ser y de reaccionar, y va desarrollándose de acuerdo a su propia realidad, tomando conciencia de ella, integrándose o modificándose para crecer, y así fijar metas y objetivos.
Podemos pensar pues, que el duelo no elaborado, congelado, se puede considerar cercano a la melancolía, y que la melancolía contiene alguna cosa más que el duelo normal. El duelo elaborado mueve al sujeto a realizar un trabajo de elaboración, de aceptación y de renuncia, mientras que cuando éste duelo no se puede elaborar y queda obturado, las dificultades aumentan.
Encontramos a menudo una conjunción de melancolía y duelo, con coincidencia en las circunstancias de la vida que los han motivado. Porque aunque duelo y melancolía tienen los mismos rasgos, en el caso de la melancolía se le añade: la perturbación del sentimiento de uno mismo, sobre todo porque en la melancolía encontraremos también la pérdida del ideal.
El duelo y la melancolía son como heridas abiertas que impiden volver hacia uno mismo, y vacían al sujeto hasta el empobrecimiento total, con la aparición de síntomas y malestares. La melancolía, además, nos plantea otras preguntas difíciles de responder.
LOS DUELOS ANCESTRALES
El exilio, pues, ha significado, para muchos, dificultades importantes: aquello que “no se puede explicar” aquello que “no se puede decir”, y que se ha convertido en secretos y duelos ancestrales.
Los duelos difíciles, ancestrales, son aquellos no procesados, en los que los ancestros tienen presencia a través de los descendientes. Estos ancestros son personajes idealizados, que tienen representación y están investidos con una fuerte carga libidinal y/u hostil. Tienen vigencia en las generaciones posteriores, capturan y alienan sectores del psiquismo de uno o varios descendientes. Así, el proceso identificativo no responde sólo a investiduras abandonadas desde el espacio subjetivo y libidinal propio del sujeto.
Se trata de un proceso inconsciente, por el cual uno o varios miembros de una familia, son identificados por el ascendiente en relación a un tercero (El ancestro), e investidos con una carga libidinal y/u hostil destinada a aquellos (P. Benghozzi).
Así, los descendientes toman la designación para ellos, y un sector de su psiquismo queda atrapado en una identificación alienante. Alienante porque les quita la posibilidad de acceder a la verdad de su identidad y, por lo tanto, a su propia historia. De este modo, el sujeto queda encerrado en un “callejón sin salida” de difícil escapatoria, ya que si, por un lado tiene el beneficio narcisista de no tener que elaborar las diferencias sexuales y generacionales que le impone la superación del conflicto edípico, por el otro lo deja capturado y perdido en un mundo sin sentido propio.
La identificación inconsciente alienante es una forma especial de identificación que, como dice Heydée Faimberg, “condensa rasgos generacionales, y la define como alienante porque es portadora de una historia que, en parte, es de otro. Este tipo de identificación sirve para resistir la herida infligida por el Edipo y las diferencias generacionales, obstaculizando así la dialéctica entre el registro narcisista y el edípico”.
Los duelos ancestrales se parecen a los duelos patológicos en que, lo que no ha podido vincularse a la palabra son fundamentalmente los afectos provocados por la muerte de figuras significativas.
Pero se diferencian en que la dificultad de tramitación no se refiere a una pérdida propia, sino a una pérdida no elaborada, sufrida por un ascendiente, que tiene efectos e impone un trabajo psíquico inconsciente y añadido a la descendencia.
Cuando en primera generación se clausura el proceso de un duelo, las generaciones siguientes no reciben las condiciones para la nominación de las emociones asociadas a los efectos de estas experiencias.
Aquello que no se puede decir en primera generación se transforma en aquello que no se puede nombrar en la segunda y en aquello que no se puede pensar en la tercera (S. Tisseron).
Como que no han sido nombradas las experiencias emocionales por los padres, no pueden ser objeto de ninguna representación verbal a sus descendientes, y esto lleva a un proceso frustrado de simbolización, fundamentalmente si la primea generación ha vivido períodos conflictivos. Cuando aparece la angustia, los estados depresivos, y otras patologías, los hijos deben hacer un trabajo psíquico destinado a comprender que está pasando. En este ambiente dramático, los actos incomprensibles y la falta de palabras pueden terminar en el descendiente en extrañas construcciones.
Así pues, aquello que no se puede nombrar puede tomar la forma de fobias, compulsiones obsesivas, problemas en los aprendizajes, etc., que no sólo están vinculadas al conflicto entre deseo y prohibición, sino también al conflicto entre el deseo de saber y comprender y las dificultades que el contexto impone al conocimiento.
En la tercera generación nos encontramos con aquello que no se puede pensar y el descendiente puede recibir en sí mismo, sensaciones, emociones, imágenes, potencialidades de acción, angustias sin nombre, síntomas en el cuerpo que le parecen extraños, desarrollo de síntomas desprovistos de sentido y que no se explican.
De una manera más clara hemos podido constatar estos síntomas en el caso de los niños exiliados, robados o evacuados. Todos ellos consideran que les fue robada infancia, y se identifican con una generación perdida. Y ello porque es imposible salir indemne de un terror tan espantoso.
“80.000 jóvenes sin calzado digno de este nombre, sin calcetines, sin camisa y detrás de las alambradas, continúan su existencia en la mayor incertidumbre del mañana”. F. Solé y G. Tuban
Todos ellos concluyen que el resto de sus vidas han arrastrado secuelas físicas y psicológicas. La ruptura brusca de la infancia, la destrucción y alejamiento de su entorno habitual, la separación de padres y familia, la muerte, la humillación, la vergüenza, la culpa, las enfermedades.
Y todo ello como consecuencia de la firme voluntad de los sublevados de purificar al país. Muchos padres desaparecidos no han sido considerados, y los “hijos de rojos”, los niños de auxilio social, han sido siempre portadores de estigmas.
Decía Vallejo Nájera :
“Y legarán a sus hijos un nombre infame: los que traicionan a la patria no pueden legar a la descendencia apellidos honrados”.
Es importante la descripción de las consecuencias que hace Ernesto Sábato.
“Despojados de su identidad y arrebatados a sus familiares, los niños exiliados solos o desaparecidos constituyen y constituirán por largo tiempo una profunda herida abierta en nuestra sociedad. En ellos se ha golpeado a lo indefenso, lo vulnerable, lo inocente, y se ha dado forma a una nueva modalidad de tormento”.
Para poder transmitir de forma más clarificadora el recorrido anterior, me ha parecido adecuado compartir una experiencia que, pese a parecer única, la podemos encontrar parecida a muchas. Le llamaré:
Quim, la clausura de la palabra o “todos los silencios”.
Tenía cinco años el 19 de julio de 1936. Paseaba con su padre, cuando un cura y un falangista llamaron a su padre desde un coche y se lo llevaron. Quim quedó solo en medio de la calle. Su padre no pudo despedirse de él, conocía a los que le llamaban y confió en ellos. El cura le garantizó que no le pasaría nada.
Más tarde Quim reconocerá las caras de los verdugos.
A Quim lo recogieron unos vecinos y él empezó a darse cuenta de que pasaban cosas extrañas. La familia empezó a buscar al padre pero nadie daba razón de él. Unos decían que estaba en el cuartelillo, otros que estaban en la cárcel, otros que le habían lanzado al mar con una piedra en el cuello.
A partir del momento del secuestro, Quim se quedó mudo, no habló ni una sola palabra durante cuatro semanas. A partir de ese momento empezó a pasar hambre, a pasar frío y oír gritos en el cementerio. Acompañaba a su madre después para comprobar si entre las ropas que se encontraban en el cementerio estaba la de su padre.
En el momento en que es capaz de volver a hablar, será en su casa donde no le permitirán hacer preguntas. El silencio ocupó toda la casa y al resto de la familia. Cuando alguien informó de la muerte del padre el silencio ocupó todavía más espacio en la casa.
La madre no podía ocuparse de nada, lloraba en todo momento tanto si cocinaba como si planchaba y entró en una situación de grave depresión, creando una barrera, una coraza de hierro que impidió que Quim se pudiera sentir acogido y protegido.
Lo rechazaba diciendo que hubiera preferido que fuese una chica y así podría acompañarle mejor y sustituirla en las tareas domésticas cotidianas. No tenía juguetes y se sentía muy diferente a los otros chicos. Continuó callando siempre y en todo lugar.
A partir de ese momento lo cuida y lo asea su tía, comía de lo que le daban los vecinos, pocos, y tanto en la calle como en la escuela lo rechazaban por “hijo de rojo”. La versión familiar que ocultaba la verdad, duró hasta el año pasado: El padre había sido lanzado al mar con una piedra en el cuello. La versión oficial en su ciudad, durante años, la que divulgaron los fascistas, decía que el padre había abandonado a la familia y se había marchado a Chile.
No fue diferente en la adolescencia, Quim era muy tímido, no salía, no tenía amigos, no iba a bailar (porque al baile sólo entraban fascistas y no dejaban que lo hicieron los hijos de rojos).
En otros lugares, le era imposible pedirle a una chica que bailase con él, andaba mal, se bloqueaba al hablar y no sonreía nunca. Hoy tiene todavía la cara rígida y sonríe poco.
Ha dormido mal toda la vida y ha sufrido muchísimas pesadillas.
Tuvo muchas dificultades para encontrar pareja, y finalmente se casó con una mujer mayor que él, cuyo padre también había sido fusilado y que sufría una desorganización importante de la personalidad.
Podemos ver como el discurso dominante, que definía ideas y normas para ser reconocidos en su espacio social, en su ciudad, no coincidía con la realidad de nuestro testimonio y no le permitió nunca ningún reconocimiento.
No sólo tuvo serias dificultades para construir su subjetividad, sino que estas circunstancias también le impidieron adquirir una adscripción adecuada a las identidades colectivas.
La ausencia del padre por desaparición, la imposición externa e interna del silencio y la imposibilidad de hacer el duelo que correspondía, generó importantes vivencias desestructurantes y depresivas en toda la familia que imprimieron huellas traumatizantes que han sido transmitidas a las generaciones siguientes.
Quim no tuvo nunca garantizada la instancia que permite hacer el vinculo social, ni la transmisión de valores, ya que la situación traumática vivida por el grupo familiar produjo efectos identificativos e hizo que lo traumático se constituyera, total o parcialmente en un aspecto de su identidad.
En este caso, el trauma se quedó sin elaboración, cerrado y clausurado. Durante las tres entrevistas realizadas resultó muy evidente el peso traumático de haber presenciado el secuestro de su padre, y en el momento en que pudo empezar a hablar apareció un llanto insostenido y muchísima angustia.
Padece de ciertas dificultades en las simbolizaciones, importantes reacciones psicosomáticas mal diagnosticadas y numerosos efectos traumáticos que le han acompañado toda la vida hasta el momento presente. De hecho él considera estos síntomas y efectos como un pilar en su vida.
En la historia de Quim es significativo el hecho de que una familia con un padre desaparecido pueda convertirse también en “represora”, y como la víctima se convierte en victimario y/o se victimiza.
Estos son fenómenos frecuentes relacionados con la culpa.
A pesar de la melancolía que le ha acompañado toda la vida, que irrumpió violentamente el día que secuestraron a su padre, Quim, en los últimos meses, ha podido iniciar un cierto proceso de elaboración del duelo obturado, sobretodo a partir de la muerte de su esposa, de la comprensión de la grave enfermedad psíquica que sufre uno de sus hijos, y del deseo de conocer e investigar el destino real de su padre.
Del deseo de poder decir, de poder testimoniar, en gran parte, como consecuencia de la tarea que llevan realizando las asociaciones memorialistas.
Aunque a Quim hoy ….. todavía le cuesta sonreír.
Este testimonio hace referencia a lo central del trauma psíquico: la dialéctica de un conflicto, de una contradicción, entre la tendencia -muchas veces impuesta, otros elegida para poder sobrevivir- de negar y olvidar, y el deseo de saber y posteriormente de testimoniar, de proclamar en voz alta, de dar significación a todo lo vivido: el desamparo, el miedo, la vergüenza, la humillación, el silencio, la culpa.
Aquello que hizo del sujeto un prisionero inexorable de procesos que le generaron dolor a lo largo de su vida.
LA SALUD MENTAL DURANTE LA DICTADURA
Es preciso hacer una pequeña referencia a la salud mental durante la dictadura.
Esa etapa muestra claramente como la definición de salud y salud mental depende del momento histórico e ideológico, y no responde sólo a “como sea” una persona, independientemente del contexto en el que vive.
Durante la dictadura apareció una práctica discursiva basada en una ideología de la diferencia, que sirvió, por medio de la creación de sistemas de control social, para garantizar la marginación de aquellos considerados como diferentes -locos, mujeres, rojos, homosexuales-.
Las medidas aplicadas optaban fundamentalmente por el control del ambiente en consonancia con el control social propio de un régimen autoritario.
Desgraciadamente no se podía encontrar ningún otro pensamiento, ya que perdimos importantes teóricos y clínicos formados antes de la Guerra, como Emili Mira, Francesc Tosquelles o Ángel Garma, que se exiliaron.
Entre los que se quedaron destacamos Júlia Coromines y Pere Folch i Mateu, introductor de la psicoterapia psicoanalítica en la institución pública en Cataluña. En una universidad vacía y seca de palabras, ellos nos transmitieron el deseo, la energía y la ilusión de trabajar en nuestro oficio.
A partir de la década de los 60, se produce algún cambio, posiblemente por las influencias y entradas de pensamiento de diferentes autores que cuestionaban ideológicamente las teorías en Salud Mental: Laing, Cooper, Basaglia, Foucault o Canguilhem, entre otros.
A pesar de los cambios, aún hoy el panorama no es alentador, porque la salud mental continúa, fundamentalmente, en manos de órdenes religiosas y de laboratorios farmacéuticos.
Pero como los profesionales no podemos mantenernos al margen ni ampararnos en una neutralidad imposible, hemos decidido continuar trabajando.
Y como que ninguna sociedad puede sobrevivir al desconocimiento de su historia, por muy terrorífica que esta sea, continuaré comprometida para contribuir a hacer el trabajo de análisis pendiente que permita tomar conciencia, para garantizar que la demanda de justicia sea garante de la existencia del orden simbólico, y que quede también inscrita en la cultura, a fin de impedir que la discriminación se perpetúe, que la mentira ocupe el lugar de la verdad, que la impunidad y la perversión queden instaladas y hagan vulnerable a toda la sociedad y a la propia democracia y por tanto, que los ciudadanos no sean iguales ante la ley.
Y ello evitando que se equiparen, en un discurso perverso, el concepto de justicia y venganza, ya que ello haría posible que se considerara el olvido como una de las bases del estado social de derecho.
Un poeta, el poeta del proletariado, Joan Salvat-Papasseit, nos lo dice con otras palabras (en una traducción literal):
He aquí: yo guardé madera en el muelle.
(Vosotros no sabéis
qué es
guardar madera en el muelle:
pero yo he visto la lluvia
a cántaros sobre los botes,
y bajo los tablones encogerse a destajo la angustia;
bajo los flandes
y los melis, bajo los cedros sagrados.Cuando los guardias espiaban la noche
y la bóveda del cielo era un túnel
sin luz en los vagones:
y he hecho un fuego de astillas en la negra noche.Vosotros no sabéis
qué es
guardar madera en el muelle:
pero todas las manos de todos los vagabundos
como una farandola
hacían un juramento al abrigo de mi fuego.
Y era como un milagro que tiraba de las manos ateridas.
Y en la niebla se perdía el pisoteo.Vosotros no sabéis
qué es
guardar maderas en el muelle:
Ni sabéis la oración de las farolas de los barcos
—que son de tantos colores
como la mar bajo el sol:
que no necesita velas.
Barcelona, Septiembre 2012
ANNA MIÑARRO
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